Montañas y maravillas
de la Suiza normanda

Capi­tal del bocage de Vire, es el olor de la andoui­lle ahu­ma­da, el embu­ti­do tra­di­cio­nal, lo que per­fu­ma esta gran villa enca­ra­ma­da en lo alto de un pro­mon­to­rio y rodea­da de verdes valles. No se pierda la Porte Hor­lo­ge, el monu­men­to emble­má­ti­co de la ciudad.

La des­ti­le­ría Calvados Gar­nier fun­da­da en 1877 en Frênes por Pierre Gar­nier, es una his­to­ria de fami­lia. Bajo la direc­ción de Nico­las, esta empre­sa lleva 140 años ela­bo­ran­do Calvados con el máximo res­pe­to a la tradición.

Este macizo fores­tal de 100 hec­tá­reas y a 264 metros de alti­tud domina el pai­sa­je ofre­cien­do una vista pano­rá­mi­ca del bocage cir­cun­dan­te. Justo al lado, la dis­ti­lle­rie de la Mon­ne­rie abre sus puer­tas al público.

Suba hasta la Roche d’Oë­tre, uno de los mira­do­res natu­ra­les más pres­ti­gio­sos del oeste de Fran­cia. Si es usted amante de los depor­tes acuá­ti­cos, dis­fru­te de Pont d’Ouilly, uno de los prin­ci­pa­les des­ti­nos turís­ti­cos natu­ra­les de la zona que cuenta con la eti­que­ta «esta­ción verde».

A poca dis­tan­cia de allí, en Clécy, dis­fru­te de la natu­ra­le­za de otra manera: sen­de­ris­mo, pira­güis­mo, bici­cle­ta de mon­ta­ña, para­pen­te… Enamó­re­se de La Vía Ferra­ta en un reco­rri­do de 250 metros, a medio camino entre el sen­de­ris­mo, la esca­la­da y la aven­tu­ra, cons­trui­do contra los acan­ti­la­dos que domi­nan el valle del Orne.

Para rema­tar bien el día, detén­ga­se en la Cave de la Lote­rie o en la Ferme du Vey y des­cu­bra con calma esta faceta des­co­no­ci­da de Normandía.

El Orne dis­cu­rre a los pies de escar­pa­dos peñas­cos, domi­na­dos por una roca cono­ci­da por el nombre de Pain de Sucre. Desde lo alto de la «route des crêtes» («ruta de las cres­tas») se apre­cian unas vistas mag­ní­fi­cas de la Suiza nor­man­da. Ideal para los afi­cio­na­dos al para­pen­te y al ala delta.

Para admi­rar « l’O­me­ga », el mean­dro que forma el río, la boucle du Hom, hay que tomar algo de altura. Reco­rrien­do las rutas sen­de­ris­tas, se des­cu­bren unas vistas que quitan el aliento.